lunes, 23 de enero de 2012

Arriba las manos, esto es una crisis...

He de confesar que no tengo ni repajolera idea de economía. Ni siquiera de economía doméstica, y aún menos de esta economía salvaje con la que parece que tenemos que acostumbrarnos a vivir. Se supone que quienes saben de economía son los economistas y también los políticos y los gestores de fondos y los banqueros y los agentes de calificación y los de bolsa, y los dirigentes del FMI, y los del BCE, pero a juzgar por los resultados obtenidos me da en la nariz que, en esta materia estamos todos al mismo nivel. Esa es una hipótesis posible: Aquellos que deberían haber sabido la que se nos venía encima, puesto que son expertos y cobran por ello, no las vieron venir, y ahora, a toro pasado, nos toca pagar a los demás (mejor dicho, a los de siempre), por su ineficacia. También existe la posibilidad de que supieran lo que estaba pasando y las consecuencias que tendría, pero unos por otros, decidieron seguir engrasando la maquinaria para que ésta continuara produciendo dinerito. Total, a ellos, como expertos que son, les basta con echar la culpa a otros factores, a otras personas, a otras cosas. Y al fin y al cabo, algo de razón no les habría de faltar. En la génesis de esta crisis está la ambición desmedida, la falta de escrúpulos y el dinero fácil y en esos parámetros no sólo se mueven los bancos y los grandes fondos de inversión, también lo hacen los especuladores de andar por casa, el constructor aprovechado, el comisionista sin piedad, el gestor desalmado, los empresarios oportunistas y esos espabilados que saben pescar en ríos revueltos y que no ven más allá de la rentabilidad inmediata.

¿Y quién dicen los expertos que tiene la culpa de lo que está pasando? Evidentemente la clase media, los asalariados, los funcionarios, y los trabajadores de nómina corta, que se lanzaron a comprar pisos y coches como posesos a pesar de que era evidente de que vivíamos en una burbuja. Es lo que tiene creerse más de lo que se es. A uno le dicen que la mierda de piso de 60 metros en el que vive, vale a precio de mercado al menos 200.000 euros, y se acaba creyendo que habita en el Palacio de Versalles, que pertenece a la privilegiada casta de los propietarios y lo que es peor, que vive convencido de que lo mejor que le puede pasar a su bolsillo es que el precio de la vivienda no deje de subir.

Lo de menos es que el banco te diese 10 cuando pedías 8 y te animase a cambiar el coche, o a invertir además en un apartamento en la playa, digno de tu estatus. Lo de menos es que el FMI siguiera alentando un consumo desaforado e insostenible, lo de menos es que los políticos ni las vieran venir, lo de menos es que la especulación sustituyera al trabajo e inflara los precios de las casas y los bolsillos de los especuladores en una espiral sin límites, lo de menos es que el derroche ostentoso de las administraciones, la corrupción urbanística, los trapicheos constantes, el desvío de fondos públicos hacia cuentas privadas, los autos de lujo, los aeropuertos sin aviones, los bolsos de Vuitton y el todo vale, camparan a sus anchas. Ahora resulta que el culpable es aquel que se endeudó para 40 años para adquirir una vivienda minúscula y mal construida o el que aceptó sustanciosas subidas del 3% anual en su nómina mensual en los años de bonanza.
Pero nos está bien empleado. Lo primero por no entender de economía, y lo segundo por entrar al juego de un capitalismo popular que acabará por dejarnos con el culo al aire y viviendo debajo del puente. Resulta que detraemos de nuestras cada vez más exiguas nóminas, una cantidad mensual para complementar nuestra jubilación contratando un fondo de pensiones adicional a una empresa privada ¿acaso no tenemos derecho a una pensión pública?, o fiamos nuestros ahorros a tiburones financieros a través de los fondos de inversión. La cuestión es que ingentes cantidades de dinero procedentes de las rentas del trabajo, le sirven al capital para jugar al monopoly, para especular con los alimentos, con la energía, con la vivienda e incluso con las personas. Es “nuestro” dinero, el que se ha utilizado para provocar esta crisis, o mejor dicho, este macronegocio global. Y seguirá siendo nuestro dinero el que siga alimentando a la fiera que acabará con nuestros ahorros, nuestras pensiones, nuestros derechos y nuestro bienestar. Hemos colaborado con nuestros ahorros a poner una bomba de relojería en las prestaciones sociales de carácter público: En las pensiones, en la sanidad, en la educación, en la asistencia al anciano… De momento, la insaciable y cada vez más inútil banca, ha perdido lo que no está escrito por imprudencia, avaricia y operaciones arriesgadas con fondos que no la pertenecen, pero para que el sistema financiero no se hunda, los gobiernos acuden al rescate inyectando a estas sanguijuelas ingentes cantidades de dinero público y endeudando de paso a toda la sociedad. La banca, en señal de agradecimiento, exige a los gobiernos que rebajen inmediatamente la deuda que han generado para ayudarles a salir del bache, si no quieren que los mercados (o sea la propia banca) acaben devorándoles. Los gobiernos complacientes reunidos deciden seguir las instrucciones de quien les está llevando a la ruina para no arruinarse antes que el vecino (bueno, todos menos el de Islandia, que optó por juzgar a los banqueros sinvergüenzas y no pagarles las deudas que ellos mismos se habían ocasionado) y comienzan a aplicar recortes a los gastos públicos superfluos (sanidad, educación, servicios sociales, investigación científica, I+D, salarios, pensiones de viudedad, casas de acogida para mujeres maltratadas, quirófanos….), para poder seguir manteniendo los que son estrictamente necesarios (aeropuertos inoperantes, estatuas conmemorativas, privilegios fiscales a los ricos, exenciones de impuestos y aportaciones millonarias a la iglesia, duplicidades administrativas, representantes políticos continentales, nacionales, autonómicos, provinciales, locales y de distrito, senadores, coches blindados, teléfonos móviles, dietas de representantes del pueblo, viajes, trajes de cachemir, bolsos y complementos…) en fin, todas esas cosas imprescindibles que hacen avanzar las sociedades.
Mientras tanto, y a pesar de lo que pudiera parecer tras haber financiado las deudas bancarias con dinero de todos, las entidades financieras, pobrecitas, se ven obligadas a desahuciar de sus casas a los que dejan de pagar la hipoteca por haberse quedado sin trabajo. Poco importa que de las 10 que te prestaron ya hayas pagado 8. La banca gana. Se queda con los 8 y se queda con la casa. A las otras 2 que faltan de cobrar se le suman intereses, costas judiciales e indemnizaciones varias (que no habíamos leído en el contrato de hipoteca) y obtenemos como resultado una persona totalmente arruinada, sin trabajo, sin casa, y con una deuda que lo mantendrá ligado al banco de por vida, aunque si escuchas con atención el discurso que sale por la boca de Botín, llegarás a la conclusión de que el sale perdiendo es el propio banco. Ya se sabe que su negocio no son los pisos. El caso es que se han hecho con cientos de miles de viviendas y nos lo presentan como si fuesen los realmente perjudicados por el estallido de la burbuja. No sé si es mayor su
infame cinismo o nuestra gilipollesca credulidad.



A todo esto, los que tienen que poner soluciones se dejan guiar por las exigencias de los mismos tiburones que provocaron la crisis y que ahora nos dicen tener el remedio para salir de ella:
Bajada de salarios a los trabajadores, jubilación a los 67 años, desmonte sistemático del estado social, de prestaciones sanitarias, educativas, de derechos sociales. Subida de impuestos a los “privilegiados” que tienen una nómina, más horas de trabajo, menos puentes y vacaciones, total, no nos va a quedar dinero para gastar…, abaratamiento de los despidos, congelación de pensiones, subida de los combustibles, del IBI, aumento de las retenciones del IRPF, corte drástico del grifo del crédito para las PYMES y particulares, menos obras públicas. Es decir, los que se tienen que defender con un salario, en muchas ocasiones mileurista, los que no cambian de coche porque el viejo sigue funcionando, los que no pueden salir de vacaciones porque no les llega el sueldo, los que en su vida han probado las huevas de esturión, tienen que pagar ahora los excesos del que tenía 4 coches, dos chalets, un barquito en el puerto, cientos de miles de euros de beneficios y se daban atracones de langosta bebiendo champán francés.


Esos mismos, o sus representantes en la tierra, descartan de plano la lucha contra el fraude fiscal, la eliminación de la ayuda a la iglesia católica, la posibilidad de cobrarles el IBI, (a los obispos, digo) la subida de impuestos en los tramos más elevados, la inspección de los paraísos fiscales, la creación de una tasa para evitar la especulación en bolsa, la creación de un impuesto a las grandes fortunas, la dación en pago, la supresión de los privilegios a los políticos, topes salariales para los altos cargos públicos, puesto que serían medidas que erosionarían la actividad económica del país, nos cuentan.

O sea, que los que verdaderamente entienden de esto, saben cómo esquivar la crisis y sus efectos, y saldrán de ésta situación reforzados y con más dinero en Suiza del que tenían antes de comenzar “el gran negocio”. De momento el único consumo que aumenta es el de los artículos de lujo. Los demás, pobres ignorantes, seguiremos costeando sus excesos y eligiendo democráticamente a los que han de poner el marco legal a nuestra ruina. Es lo que tiene no saber de economía.

Mi agradecimiento a Forges y a El Roto, por sus imágenes, que me venían cómo hechas de encargo para ilustrar este post.

2 comentarios:

  1. Genial José Luis, genial, le doy aire con tu permiso.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias Domingo. Por supuesto que tienes mi permiso. Faltaría más. Un fuerte abrazo, amigo.

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