miércoles, 17 de julio de 2013

Crónicas murcianas




Si un ciezano te invita a visitar su pueblo ve prevenido. No se te ocurra hacer alardes.  de lo que comes, o de lo que corres, o de lo que nadas. Un ciezano, si lo es de nacimiento y de corazón, te diseñará un plan para dejarte desarmado sin tener que pronunciar una palabra sobre ello. Primero te ofrecerá su casa y cuando el sol se haya puesto por el horizonte te llevará a conocer Cieza desde lo alto, para que veas como luce iluminada sin tenerte que levantar de la mesa del merendero con vistas al casco de la ciudad. Allí, comenzará un ataque sin tregua, en claro compadreo con el dueño del local, para que a base de pipiranas, caracoles, aliolis, tallos de alcaparras, patatas asadas y carnes variadas a la barbacoa, ir minando tus defensas.  Cuando te retires a descansar, el ciezano habrá previsto todas tus necesidades para pasar la noche y para cuando te levantes por la mañana. A estas horas, con la barriga llena, y todavía "hidratado" con las cervezas de la cena,  ya no sabrás si su casa es tú casa, o si es él el invitado, pues gracias a su táctica de tratar a los amigos como si fueran de la familia, te moverás por su territorio como si fuese el tuyo. Pero no te confíes. Un ciezano te dejará unas horas de respiro, pero estará de nuevo operativo para la siguiente andanada a poco de salir el sol. 

Los ciezanos tienen por costumbre establecer alianzas entre ellos para tender emboscadas a los forasteros sin que estos se percaten de sus intenciones. En mi caso, fueron dos ciezanos los que trazaron el plan para que descargara las reservas con que me habían rellenado los depósitos la noche anterior. Pertrechados de zapatillas, pantalón corto y con un talante amistoso y sumamente cordial comenzamos a trotar a orillas del Segura, llaneando durante unos kilómetros, entre la huerta murciana, o por un diorama a tamaño natural de los belenes navideños, según acertado símil de mi “dominical” acompañante. Más que Belén aquello empezó a parecerse a la franja de Gaza, puesto que la cosa comenzó a ponerse seria en cuanto tomamos la ruta hacia la ermita de la patrona. “Nosotros vamos andando”, me dijeron; “sube trotando si quieres y espéranos arriba, son 1,2 Km tan solo”, me dijeron. Cuando llegué a la cruz de la ermita el palestino era yo.  El corazón se me salía por la boca.  Menos mal que una vista magnífica del valle de Ricote me recompuso el ánimo, porque las fuerzas se me quedaron en las durísimas rampas de ascenso al Morro, como creo recordar se denomina el paraje. ¡Aquí venimos a hacer series! ¡Pues hemos cogido la ruta suave, la del respeto, si vamos por la otra…!, me decían los muy bandidos. En este punto me habían conquistado ya el estómago, a base de cena, el alma, a punta de detalles y ahora también las piernas, a dolor vivo. 



Tras librar tan dura batalla, los ciezanos acostumbran a reponer fuerzas, o sea que te preparan un almuerzo con pan reciente, cerveza a discreción y morcón de Murcia como para estar dando vivas a Cieza durante un par de días.

Cuando piensas que lo has visto todo, los ciezanos te acercan a un punto de la orilla del Segura y te invitan amablemente a lanzarte al río.  Allí espera el resto del ejército para la gran ofensiva. Ya he comentado que los ciezanos buscan aliados en otros ciezanos, pero si la ocasión lo requiere extienden sus influencias y convocan a gentes de distintos puntos de la provincia, desde Totana  a Los Alcázares, pasando por la misma capital de Murcia, para conquistarte también el corazón. 
La experiencia inolvidable y maravillosa de deslizarte por un tobogán de agua durante 1,5 km es algo indescriptible. Es una mezcla de vértigo, emoción, riesgo controlado, adrenalina a tope y spa a lo grande. Esa sorpresiva sensación te deja totalmente a su merced, me refiero a la de los ciezanos, no a merced del río, que también. En este punto es cuando empiezas a desear sinceramente estar empadronado en Cieza capital, o en su defecto, en alguno de los pueblos de su provincia, para poder acudir al río a darte un baño de amistades cada vez que se te antoje. A la hora de la comida, llega la traca final, dirigida simultáneamente al paladar, al estómago y a los sentidos. El ataque es de tal magnitud que no merece la pena resistirse. Primero te sueltan una andanada de aperitivos variados, que por sí solos constituirían una comida en toda regla en la capital del reino. Cuando aparece en la mesa el magnífico arroz huertano, que te entra por la vista, te penetra por el olfato y te seduce por el gusto, sobre todo si es aliñado con salsa de ajo, date por perdido. Ya estás abducido. Para cuando lleguen los postres, los melocotones recién arrancados del árbol, el flan, los granizados variados, el licor de avellana y la caipirinha ya serás un ciezano más, pero te quedará la parte dura del asunto: tener que tomar la decisión de irte.  Sólo podrás soportarlo si te prometes a ti mismo que volverás a repetir la experiencia. 

Gracias de todo corazón a  Consuelo y Domingo, Pilar y Enrique, Carmen y Antonio, Santi (la alegría de la huerta murciana9) y Miguel, María Luisa y José Luis, Marina, Olga, Antonio Méndez, Irene....., por regalarnos un día de los que nunca se olvidan.

1 comentario:

  1. ESTUPENDA CRÓNICA, ¡QUÉ EXAGERADO!
    ¡MUCHAS GRACIAS POR LA PARTE QUE NOS CORRESPONDE!
    HABRÁ QUE REPETIRLO.
    SANTI Y MIGUEL

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