jueves, 1 de junio de 2017

Nos conquistó la Reconquista


Para las cuestas arriba quiero a mi burro,
Que las cuestas abajo, yo me las subo. 

En este asunto del correr influyen muchos factores de cara al rendimiento de cada uno. No es lo mismo tener 25 años que 50, ni entrenar de forma sistemática que hacerlo en plan anárquico, ni aspirar a ganar que conformarse con llegar, ni pesar 54 que 88. 
Foto de grupo
Aquí, comparto con Gabi Ruano, patrocinador del C.A.Macotera, la teoría de que tendrían que hacer una clasificación por pesos, al estilo del boxeo, o al menos, que los más delgados tuviesen el detalle de acarrear una mochila con el lastre correspondiente para hacerse una idea de lo que nos cuesta a algunos no parar en el arcén cuando la carrera se pone cuesta arriba. Otra cosa sería que los más robustos hiciésemos algo para quitarnos peso de encima, pero eso es harina de otro costal y material para otro post. A lo que voy: habitualmente sufro corriendo, eso lo llevo de serie;  las cuestas arriba, o me sacan de punto o me dan la puntilla; pero, al llegar arriba y emprender el descenso, la fuerza de gravedad me ayuda más que a los finitos y puedo recuperar el aliento y algún tiempo del que cedo en la subida. Eso ha sido así hasta este sábado en Cangas de Onís, o lo que es lo mismo, en la MM Ruta de la Reconquista. No pretendo ponerme pretencioso ni hacerme el interesante, pero os puedo asegurar que hice un ascenso relativamente cómodo hasta el kilómetro 9, que puse la reductora para salvar los últimos 2 kilómetros hasta el santuario de Covadonga, y que llegué arriba jadeante pero satisfecho y gozoso pensando que lo peor ya estaba hecho, que aún tenía fuerza en las piernas y resuello en los pulmones para entrar en meta con el tiempo previsto en la porra de Gabi: 1 hora, 51 minutos

Subiendo con alegría
Mi tocayo JL Martín Herrera hizo a mi lado toda la subida y podrá corroborar lo que aquí escribo. A Maxi y a Mako, solo los vimos cuando ellos bajaban y nosotros aún nos enfrentábamos a las últimas (t)rampas. Estos dos van a otro ritmo y ya se nos hacen inalcanzables. Realmente, tenía tanto miedo a lo que pudiese venir que estuve reservón toda la ascensión y como me había imaginado un calvario de casi 11 kilómetros y sólo fue de dos, pues me las prometía tan felices y pensé al llegar al santuario de Covadonga que la cosa no había sido para tanto. Ya, ya. 

Descendiendo con esfuerzo
Comenzar a descender es un alivio. Los pulmones cogen aire, el corazón afloja el ritmo y el cuerpo se recupera. Eso si eres capaz de controlar la bajada y no te lanzas a tumba abierta corriendo a ritmos inalcanzables. Procuré no embalarme mucho, pero es como tratar de frenar en un tobogán. Sabía que un poco más adelante los porcentajes se suavizan y podría coger mi ritmo. Así, intentando regular, llegué al 15 y luego al 16 y las piernas estaban como palos y las zapatillas se agarraban al asfalto y en lugar de bajar parecía que subiera. Me sorprendió comprobar que las rampas se me hacían mucho más pronunciadas en el descenso que cuando iba subiendo. No tenía la percepción de que hubiésemos trepado por cuestas con tanto porcentaje. 

La cosa comienza a suavizarse a partir del 18, pero con terreno claramente favorable. Aquí ya iba desconcertado y con la sensación de que no era capaz de entender lo que estaba pasando. Esos tres últimos kilómetros los corrí más deprisa subiendo que bajando, es decir, que la bajada se me puso cuesta arriba. Inexplicable, porque no era cuestión de fuerzas, ya que llevaba en el estómago una buena ración de fabada asturiana convenientemente digerida, excepto la morcilla, que quiso estar también presente en la cueva de la santina.  Agradecí como nunca el manguerazo de los bomberos en el 20, que me refrescó el cuerpo, me dio algo de chispa de cara al tramo final y que consideré un anticipo de la refrescante ducha que me esperaba en la llegada. Llegué chorreando sudor por la visera de la gorra como si fuera un alambique y empapado de arriba abajo. 
Llegar es lo más importante, para los que no estamos destinados a ganar.
Creo que el calor, la humedad, la engañosa dureza de la subida, la morcilla de la fabada, la vespertina hora y el sobrepeso propio se confabularon en mi contra para mortificarme en una bajada que se me antojó interminable e incomodísima. No me da vergüenza decirlo, al fin y al cabo, por estos parajes se bajó de la bicicleta el gran Miguel Induráin. Empleé en el trayecto 1 hora y 56 minutos, casi media tarde, pero con la alegría de oír a Carmen y a Trini y a Rocío dándome ánimos en la recta de meta, se me pasó el cansancio. No se sabe la emoción que da esto hasta que no oyes gritar tu nombre cuando estás a punto de terminar, ni el gustazo que da llegar. Hay quien cree que a los corredores lo que nos gusta es correr, pero yo creo que lo que más nos gusta es cruzar la meta y parar de hacerlo. Ese momento es indescriptible. 


Representación peñarandina
Comentando después la carrera con Maxi, Jose y con algunos corredores del Club de Macotera, pude constatar que todos habían tenido sensaciones parecidas a las mías (excepto con el asunto de la morcilla). 
Tan solo Juan, Mako, me dijo que había bajado como una centella y con buenas piernas, pero su caso es especial ya que es fruto del cruce entre mujer asturiana y varón macoterano, por lo que está genéticamente predispuesto para digerir fabadas o morcillas, sean o no macoteranas, sin resentirse lo más mínimo.  Imagino que a Roberto y a Juan tampoco se les atragantó nada, a juzgar por el paso que llevaban cuando nos cruzamos con ellos en el 8,5. Eso es correr, lo nuestro, aunque discurra por los mismos trazados, no puede ser el mismo deporte.

Tras el tremendo sofocón, sólo pensaba en una ducha fresca y reparadora, pero cuando abrí la puerta del vestuario parecía que entrara en un baño turco. Apenas se veía con el vapor de la estancia. Menudo calor. El agua salía abrasadora, como para escaldar tostones. Ni se aguantaba, ni podía regularse, o sea que a lavarse al grifo del lavabo. Negra suerte la mía.  Pues nada. El mundo al revés. Bajo peor que subo y para una vez que quiero agua fría, sale hirviendo. En fin. Menos mal que por primera vez en mi vida tuve ocasión de recibir un delicioso masaje de piernas al terminar la carrera. Para quedarse dormido.

Para acabar el día y tras la cena, tuvimos una exhibición de diferentes modalidades de baile a cargo de JL Martín Herrera, en un pub de Arriondas, bajo la atenta mirada de la azafata de Brugal, que lo miraba sorprendida; de la de su mujer, que no le quitaba el ojo de encima; y de las nuestras que no dábamos crédito ni a la longitud de las piernas de la azafata ni al marchoso y bien acompasado bailarín. Un magnífico momento. Un día fantástico y un fin de semana inolvidable. Veréis por qué.

Con una pequeña Xana que encontré en la ruta
El domingo por la mañana, al desfiladero de Las Xanas, un precioso y espectacular paseo por parajes de soberbios farallones calizos, de vegetación exuberante, de profundos barrancos y con un arroyo que discurría encajado al fondo del valle y del que oíamos el rumor del agua sin llegar a verlo, hasta que un punto de la ruta nos lo hizo accesible para contemplar una poza en la que vertía una pequeña cascada, bajo un palio vegetal que no dejaba pasar los rayos del sol. Un lugar mágico, como Las Xanas que dan nombre a la ruta, y que son hermosísimas ninfas que pasan las horas peinando sus largos cabellos rubios y contemplándose en el reflejo del agua de las fuentes y de las pozas de los ríos. Yo tuve la suerte de toparme con una Xanina en lo más frondoso del bosque. Mirad la foto-prueba si no lo creéis. 

Con otra Xana
Dicen que el hambre es el mejor ingrediente que se le puede poner a la comida, pero yo creo que hay alguno más, como la sencillez de una mesa casera, la alegría de una buena compañía, la abundancia de una refección asturiana, la contundencia de la cocina tradicional, la maestría en las proporciones, la calidad en los productos, la alquimia en los tiempos y el cariño en la elaboración. Todo eso junto es el delirio. Casi se me saltan las lágrimas cuando probé el sabor espectacular del pote, o la deliciosa crema de cangrejo. Cuando llegué al tercer plato de la exquisita fabada me brotaba tanto sudor como el día anterior subiendo las rampas de Covadonga. Y es que aquí te ponen de comer a tolva. Pasé casi sin enterarme por el cabrito, y ascendí a las altas cotas de lo sublime con el portentoso arroz con leche de casa Generosa, que así se llama el establecimiento que contribuyó a que Asturias vuelva a ser un paraíso a reconquistar las veces que sean necesarias. De hecho, me da por pensar que las huestes musulmanas no pretendían otra cosa de esta hermosa tierra que obtener la receta de la fabada, cosa que debió cabrear a Don Pelayo que ya veía futuro en ese plato, a juzgar por la cantidad de restaurantes que llevan su nombre.  No sé si volveré a correr la Ruta de la Reconquista, pero haré todo lo que pueda por volver a sudar comiendo fabes. Me tienen absolutamente conquistado.



 Agradecimientos: Gracias Falogo, gracias Gabi, gracias Remi, gracias Pepa, gracias Roberto y Juan, Braulio, Vicente..... Muchas gracias a todos y todas por vuestra generosidad, por acogernos con los brazos abiertos, por integrarnos con sonrisas y buen trato y por agasajarnos como si fuésemos miembros de vuestro club. Yo también me sentí uno de los vuestros: ya visteis que en la comida me puse “morado”, en mimético homenaje al color de vuestro atuendo.


Imagen del grupo




2 comentarios:

  1. Jose Luis eres un poeta y me alegro que se te de esto mejor que correr. Enhorabuena por el relato tan bonito,es tenso y preciso. Gracias a ti por alegrarnos el fin de semana tan bueno que hemos pasado. Un abrazo.

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  2. Nos has hecho llorar: Mari Carmen, de risa y yo, de risa y emoción. Que suerte tengo de tenerte como amigo o, como tú dices, de "padre" (por la diferencia de edad). Que maravilla de descripción, tanto de la carrera como de la comida y agradecimiento a mis paisanos; que forma de combinar las palabras para que resulten tan sabrosas y contundentes como la fabada asturiana. Un abrazo.

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