Aire, mucho aire durante largos
tramos de la prueba que transcurría por un circuito urbano al que había que dar
tres vueltas. Tomé la salida junto a Pardi, Luismi, Rober y Redondo, peñarandinos
todos. Manolo y Ángel, los figuras del grupo, se colocaron en las primeras
posiciones cabeza, que para eso van a otros objetivos. En la marabunta inicial
perdí rápido de vista a los
compañeros y casi en los primeros
metros, en la calle Padilla, me uní a Ricardo un simpático y dicharachero
corredor local de
Cuando estaba quitándome el chip llegó el amigo Caito, nos dimos un abrazo y nos emplazamos para la próxima, aunque me hizo saber que él solo corre en su pueblo. Al poco de llegar me enteré que Luismi había hecho un carrerón, al igual que el gran Manolo González, segundo en su categoría, a pesar de correr con el glúteo tocado y que Ángel había tenido que abandonar en el kilómetro 15. El momento emotivo de la jornada fue la llegada de Loli, que terminaba su primera media, casi exhausta, pero con una cara de satisfacción y una alegría que compensaba todo el sufrimiento.
El circuito, más ondulado de lo
que me había imaginado y feo, puesto que
transcurría durante muchos kilómetros por polígonos industriales y zonas
periféricas. El fantástico castillo de
la Mota, monumento emblemático de la ciudad,
sólo se veía a lo lejos desde un
pequeño tramo del recorrido, justo antes de acceder al estadio y para eso, únicamente la parte superior de
la torre del homenaje, que con sus 40 metros de altura es la más alta de toda
Castilla. Desde aquella distancia no puedes ni siquiera adivinar su elegante
silueta de ladrillo mudéjar. En monumentalidad, nos tuvimos que conformar
con la salida y las dos pasadas por la espléndida plaza de esta villa, a la que
accedíamos a través de la Casa de los Arcos
y en la que entraría sobrado un estadio de fútbol. Me he tomado la molestia de medirla en el
SIGPAC y ocupa una superficie de 1,2 hectáreas. He pasado en ella muchas mañanas
de domingo, acompañando a mi padre a “hacer el mercado”, que en su oficio de
comerciar con cereales y alfalfa, consistía básicamente en reunirse en la plaza
con agricultores, corredores y tratantes de la zona, para intentar comprar buen
género al mejor precio posible. La charla era el instrumento de trabajo, y la
palabra dada el único contrato. Los
corros se formaban bajo los soportales, preferentemente. O en los bares de la
plaza, el Mónaco, al que siempre escuché pronunciar sin acento, o el Gloria, en
los que se cerraban muchos tratos con un vaso de verdejo, o con un rancio de
Nava del Rey, no en vano Medina es cabecera administrativa de una tierra de
grandes vinos, Rueda, La Seca, Serrada…. Mientras esperaba el pistoletazo de
salida, evocaba aquellos momentos y recordaba con cariño a mi padre, fallecido justamente hace tres años.
Recuerdo de aquella época un
monumento en la plaza dedicado a la letra de cambio y que ha desaparecido tras
la remodelación de este espacio, que fue escenario de las más potentes ferias
europeas del tardomedievo, ya que desde aquí se comerciaba toda la lana
castellana que abastecía la pujante industria textil de Flandes, desde dónde
volvía a España manufacturada en forma de brocados, paños y finas sábanas de
Holanda. Desde aquí tenía su centro de operaciones Simón Ruiz, comerciante que
acabó siendo prestamista de la corona y personaje de gran influencia económica
y financiera en el siglo XVI. Y es que Medina se encuentra enclavada en un
territorio que un día fue el centro neurálgico de la corona de Castilla, que
dominaba medio mundo, pero que mantenía en la miseria a las gentes de estas
tierras.
Nada más salir de la plaza, el
recorrido atraviesa la calle Padilla, que lleva el nombre de uno de los
comuneros que perdieron la cabeza en Villalar, allá por el año 1521, y que
viene al caso porque en el momento de escribir ésta crónica (23 de abril)
estamos conmemorando su 491 aniversario. Fue Medina, a la sazón, una ciudad
comunera que negó las piezas de artillería a Ronquillo, un imperial que había
puesto sitio a Segovia. Ronquillo en venganza, incendia la ciudad. Estamos en
1520 y me resulta agradable trotar por esta calle, que hoy es la más importante
de Medina. Al paso por la calle de
Padilla giré la cabeza para tratar de atisbar si aún continúa abierto el bar
Geli, en una calle lateral, en el que se comían, o se comen unos deliciosos pescuezos de pollo fritos y
un poco picantes, que no quería dejar de volver a probar en caso de tener
ocasión. De momento, a correr y a guardar fuerzas que la carrera es larga y da
tiempo a todo: a sentirse bien, a encontrarse mal, a venirse abajo, a hablar, a
reír y a sufrir. La buena organización nos facilitó mucho la vida en los puntos
de avituallamiento, en los que no faltaban esponjas para enjugar el sudor, agua
para refrescarte y deliciosas rodajas de limón y de naranja que mi boca reseca
agradeció infinito. Es la primera vez que veo este detalle en una carrera y la
primera vez también que llego al agua caliente de las duchas. Sólo por eso
merece la pena volver. Bueno, y por saber si el carnicero le ha seguido
vendiendo los filetes a Caito.
21 de abril de 2012
Dorsal : 416
Posición 35 de mi categoría
1,48’31” Tiempo Real.
Ritmo: 5’ 09”