Una de las cosas que peor llevo desde que me he aficionado a
correr y participo en diferentes carreras populares, es la contención en las
comidas. Sin ir más lejos, el domingo 21 de abril estaba apuntado a la Media
Maratón de Medina del Campo, pero resulta que el sábado 20, mi amigo JFT, de
Linares, celebraba su jubilación tras toda una vida de trabajo, en la
emigración primero y más tarde en la administración local de Salamanca. Para
ello convocó a un grupo de amigos a su casa para cumplimentarnos con una colación
acorde a la tradición gastronómica de la provincia en la que vivimos: matanza,
matanza y matanza, con un asado entremedias. A eso de la hora del ángelus, comenzamos
dando buena cuenta de unas tripas culares de chorizo gordo y de salchichón,
ambas de cerdo ibérico, haciendo los honores a una pata de marrano, de la misma
raza que los embutidos, saludando convenientemente a un queso curado de oveja y
libando sin mesura unas botellas de vino de Herguijuela, todo ello trufado con
su correspondiente pan de pueblo, de ese que es todo miga y que resiste
cualquier cosa que le pongas encima, no en vano se parte contra el pecho, con
cuchillo chacinero, a poder ser. Para cuando llegó la hora de acercarse a la
panadería a buscar el cordero asado, ya llevábamos en el cuerpo reservas suficientes como para correr un
Ironman, pero desde luego, no seré yo quien le haga de menos al lechazo, ni
mucho menos a la generosidad de un amigo, aunque para ello tenga que dejar de
lado mi estricta dieta macrobiótica. Menos mal que al bueno de Celso se le
ocurrió llevar dos cestas repletas de “pamplina” o “maruxa”,que de ambas formas se conoce a esta planta
que nace en arroyos de aguas claras al comienzo de la primavera y que compone una
ensalada de alto copete. Así nadie podrá decir que no tuvimos una dieta
equilibrada. No quiero hacer recuento del vino, de los pasteles, de los
aguardientes y demás mondongos artesanos, porque todo eso lo quemamos en el
largo paseo de 30 minutos hasta la ermita de Linares, lo que nos permitió hacer
de nuevo el hambre suficiente para merendar otro poquillo y verle por fin el
hueso a un jamón que ya llevaba abierto al menos 7 horas. Os cuento todo esto para que vayáis tomando
nota y comprendáis que no se puede ser maximalista, ni en la vida, ni en el
deporte. Si hay que saltarse la dieta, se salta, -de hecho yo me la salto
continuamente y hasta he conseguido comer forrajes variados sin tener que tomarme un Omeprazol-, si hay que correr
unos kilómetros más, se corren, si no se puede entrar antes en la meta, pues se
llega después, ¡no paasssa naaadaa!
Con estos argumentos previos me presenté al día siguiente en
la salida de Medina, junto a Álvaro Bernal, Pardi, Rober, Fernando, Chiri y
Pifo, con la intención de finalizar otra media maratón. Creo que es la 8ª en
dos años que llevo en esto. Ando
rondando los 105 minutos, pero no me da ningún bajón la autoestima si tardo
110. La del año pasado nos resultó
durísima, porque se corría por la tarde, por el calor, por el fuerte viento,
por dar tres aburridas vueltas a un circuito más bien feo y por no haber festejado el día
antes ninguna jubilación, que todo hace. Antes de empezar, me encontré a Caíto, un recio
medinense de 63 años con el que hice la carrera el año pasado, o sea que ya
tenía compañía para éste.Nos colocamos
a la parte de atrás del todo, entre otras cosas por no estorbar y porque es un
gustazo ir adelantando corredores.
Es lo que tiene salir los últimos, que sólo
puedes ir a mejor. El trazado de este año, tenía la salida en la calle
Padilla,capitán de las tropas
comuneras, que anduvieron de revuelta por estos pagos hace casi 5 siglos, y la llegada
en la magnífica plaza de Medina, espacio que vio nacer las letras de cambio y
que tuvo tanta importancia en la economía de la Baja Edad Media y de la Edad
Moderna, siendo el mercado de lana más importante de la Península. Parte de la
plaza y de la ciudad fue arrasada a fuego por las tropas de Carlos V, por negar
las piezas de artillería que hubieran sido utilizadas para rendir Segovia a la
obediencia imperial. Quien nos iba a
decir, que varios siglos después la tierra de Castilla sigue esperando ansiosa
buenos gobiernos… http://www.youtube.com/watch?v=M1e4X4S2jsM
Iba diciendo que el trazado ha sido modificado y en mi
opinión, mejorado. Ahora son dos vueltas, en lugar de tres, aunque sigue
existiendo un tramo, el del polígono, feo y monótono. Se agradece, no obstante,
la voluntad de colocar allí un punto con música y un puesto de avituallamiento,
puesto que de alguna forma hace más llevadera esa parte del recorrido.Hay también una larga avenida en la que te cruzas
con los corredores que van por delante y en el que pude ver, animar y saludar a
los compañeros. Al fantástico Vitillo, que cruzó la meta en 1, 17’33, a Ángel,
también con un tiempo estratosférico de 1’17”50, a Chelís, que incluso con
molestias de cuello se sacó de las piernas un carrerón en 1,18’28, los hermanos
Casas, en torno a la hora y media, Fernando Torres, que llegó en 1,37’, Pardi,
que decía que iba de paseo y se hizo 1,37,41, Pedro, 1,39, Chiri, por debajo
del 1,40’, Pifo, algo menos de un minuto despuésque Chiri, Álvaro Bernal y Rober, que
cruzaron juntos la meta en 1’42’ 10”. Yo seguía cerrando la delegación
peñarandina con el incombustible Caíto al lado. El caso es que comenzamos
rodando a 5,20’ y poco a poco íbamos cogiendo ritmos más ligeros. Tampoco para
tirar cohetes, pero al fin y al cabo, uno con 63 años y más o menos los mismos
kilos, y el otro , o sea yo, con 50 añazos ya , 85 en báscula, y un #almuerzocomidameriendacena el día
anterior, no está nada mal. Al menos a mí me lo parece, sobre todo si se conoce
mi brillante trayectoria como fumador empedernido, sedentario recalcitrante y
tragaldabas por puro gusto. En el kilómetro 18 dimos alcance a Toñi
Castrillejo, del equipo Trotapinares, que transitaba en solitario. Nos
acoplamos a su ritmo para cubrir la parte final. Hizo un amago de quedarse, ya
casi en la recta final, pero de ninguna manera lo íbamos a consentir, ni Caíto,
ni yo, o sea que la agarramos uno de cada mano y de esta manera cruzamos la
meta los tres juntos en 1, 49’ 11”, a un ritmo medio de 5’11” por kilómetro.
Digamos, que si quiero, puedo tardar más tiempo. En cualquier caso, un día
fantástico para correr, con algo de frío en la salida, 3º, pero con un sol
radiante que fue caldeando el ambiente y poniendo los termómetros en 16º a
medida que avanzaba la mañana. O quizás lo que calentó
los cuerpos no fue tanto el sol como el hecho de correr, aunque a muchos de los que te
están viendo les parece que vas despacio. Lo noto porque cuando les pregunto con gesto serio, ¿han pasado hace
mucho los de alante?, todos sonríen y callan. Pero bueno, cada loco con su tema, yo de
momento tengo apalabrada otra comilona en Linares para la víspera de la carrera
de San Fernando, que será la próxima que corra. Perdón, quiero decir que trote.