Hay carreras que se hacen por
correr y otras que se corren por comer.
No son ni parecidas. La media maratón de Plasencia estaría clasificada
dentro de la segunda modalidad. De no
haber sido por Puerto y Cai, la hubiese dejado para mejor ocasión, puesto que
no se quiso animar nadie del club y además conservaba las secuelas de una
faringitis de caballo que había padecido unos días antes. Es lo único que tengo
de caballo, las faringitis, porque si al menos tuviera también el trotecillo alegre,
otro gallo me cantaría.

La verdad es que me apunté sin dudarlo en cuanto Puerto me avisó de la fecha. La cuestión era pasar un día con ella y Cai, y la media maratón nos procuraba la coartada perfecta, entre otras cosas porque correr da hambre y ya me barruntaba yo algo de lo que luego pasó.

La verdad es que me apunté sin dudarlo en cuanto Puerto me avisó de la fecha. La cuestión era pasar un día con ella y Cai, y la media maratón nos procuraba la coartada perfecta, entre otras cosas porque correr da hambre y ya me barruntaba yo algo de lo que luego pasó.
Hice madrugar a Carmen, porque si
hay algo que no me gusta es llegar corriendo a las carreras. Media hora más de
cama no te soluciona mucho y andar sobrado de tiempo siempre se agradece. De hecho, pudimos volver a desayunar de nuevo
en casa de nuestros anfitriones placentinos, o chinatos. Ya he visto que
chinatos son los de Malpartida, pero para mi, Puerto siempre será “La chinata”. Llegamos a la zona de salida con
tiempo para calentar y para que Puerto me presentara a su cuñado Antonio, que
también corría, y a un amigo de ambos, Juanjo. Total, que la vida social se
superpuso a la deportiva y entre parla y charla no nos dio lugar al
calentamiento. Igual da, que 21 Km se hacen muy largos y te da tiempo a
calentar, a seguir calentando, a hervir y a llegar cocido a meta, si se tercia.
Además, la mañana estaba fresca, casi
fría, pero un solecito brillante nos quiso acompañar durante todo el trayecto.
A los 10 minutos de salir ya sudaba como un pollo. Asado, se entiende, porque
de entre los pollos vivos de corral aún no he visto sudar a ninguno. Es lo
único que tengo de pollo, que sudo, porque si al menos tuviera también el porte
altivo, otra gallina me cantaría.

La carrera, comenzó con tranquilidad, al menos para el pelotón de los que solo aspiramos a terminar honrosamente, y transcurrió en amigable charla con Antonio y Juanjo. Tras una vuelta por el casco urbano, bajamos a la orilla del río Jerte por el que iba a transcurrir casi todo el trazado. Fuimos por la margen izquierda y regresamos por la contraria. El ritmo un poco acelerado al principio, puesto que cubrimos los 5 primeros kilómetros en apenas 25 minutos. Lo cierto es que no me encontraba mal. Sobre el Km 7 se nos unió un tomatero de Miajadas. Ignoro si es su gentilicio no oficial o si se autollamaba tomatero por el color rojo de la camiseta. El caso es que se acopló a la marcha e hicimos grupeto. Nos reímos. ¡Mira que bien rodamos los tomates cuesta abajo!, decía. En el 16 nos alcanzó un chaval que debutaba en esta distancia. Muy joven, pero decía que tenía 4 hijos. Por lo visto le gusta correr en diversos escenarios. No sabía si aguantaría, decía. ¡Qué tío! En el 18 se vuelve a entrar en Plasencia y la cosa se pone cuesta arriba. El tomatero y yo nos quedamos. Antonio, Juanjo y el “que no sabía” tiraron para arriba. Yo compuse una buena sonrisa para la foto en ese punto y comencé a sufrir en silencio. Mejor dicho, resoplando como una locomotora de vapor. Es lo único que tengo de locomotora de vapor, que resoplo, porque si al menos tuviera su potencia, otro pollo me cantaría...

La carrera, comenzó con tranquilidad, al menos para el pelotón de los que solo aspiramos a terminar honrosamente, y transcurrió en amigable charla con Antonio y Juanjo. Tras una vuelta por el casco urbano, bajamos a la orilla del río Jerte por el que iba a transcurrir casi todo el trazado. Fuimos por la margen izquierda y regresamos por la contraria. El ritmo un poco acelerado al principio, puesto que cubrimos los 5 primeros kilómetros en apenas 25 minutos. Lo cierto es que no me encontraba mal. Sobre el Km 7 se nos unió un tomatero de Miajadas. Ignoro si es su gentilicio no oficial o si se autollamaba tomatero por el color rojo de la camiseta. El caso es que se acopló a la marcha e hicimos grupeto. Nos reímos. ¡Mira que bien rodamos los tomates cuesta abajo!, decía. En el 16 nos alcanzó un chaval que debutaba en esta distancia. Muy joven, pero decía que tenía 4 hijos. Por lo visto le gusta correr en diversos escenarios. No sabía si aguantaría, decía. ¡Qué tío! En el 18 se vuelve a entrar en Plasencia y la cosa se pone cuesta arriba. El tomatero y yo nos quedamos. Antonio, Juanjo y el “que no sabía” tiraron para arriba. Yo compuse una buena sonrisa para la foto en ese punto y comencé a sufrir en silencio. Mejor dicho, resoplando como una locomotora de vapor. Es lo único que tengo de locomotora de vapor, que resoplo, porque si al menos tuviera su potencia, otro pollo me cantaría...
Aunque para resople el que llevaba un
campeón de Badajoz que corría su ducentésima Media Maratón, ahí es nada, y al
que iban grabando durante todo el recorrido. Le adelanté en los primeros
kilómetros, pero me pilló en una de las primeras rampas. Se le oía respirar por
detrás desde 200 metros antes, como si fuese a ahogarse o tuviera un ataque de
asma, pero venía incrementando el ritmo
y yo sin embargo, cada vez a menos. Luego pude hablar con él tras la comida y me
contó que sus compañeros le estaban haciendo un homenaje. El tío debe tener al menos 65 años. También
corrió en marzo la maratón de Badajoz y por el tiempo que me dijo que hizo
debió ser el que entró justo delante de mi. El caso es que yo terminé en 1: 51’, pero eso
sí, con una sonrisa, que una cosa es llegar justito de fuerzas y otra que se
note. A la llegada nos esperaba un grifo de cerveza, o sea que directamente
hidraté con el zumo de cebada. Me comí también una manzana, hice como que
estiraba para acabarme la caña y pedir otra antes de salir de la zona acotada,
y me fui en busca de Carmen, Puerto y Cai, que me esperaban con una chaqueta
seca. Y es que sudo como un pollo…, perdón, creo que ya lo he dicho.

Tuve que parar a Caíto y decirle
que ya estaba bien, que si seguíamos de bares se nos iba a quitar el hambre, o
sea que nos fuimos a dar buena cuenta de unos entremeses, un pastel de
bogavante, un codillo de cerdo y los
postres. No nos quedó más remedio, que hacer una visita guiada por Plasencia
para bajar la suculenta comida. Y es que comí como un animal. Es lo único que
tengo de animal, que como cómo un idem, porque si al menos tuviera también la
fuerza, otro gallo me cantase.


Y mira por dónde, resulta que el cocinero, Diego Monge, además de amigo de Puerto y Cai, estaba en la organización de la carrera, y la misma abundancia que gocé en el plato, pude comprobarla también en la bolsa del corredor más generosa de todas las carreras en las que he participado: Camiseta, braga de cuello, bolsa mochila, calcetines, bollería, fruta, zumo de frutas, bebida isotónica, barrita energética, botella de aceite, lata de pimentón de La Vera, pastilla de jabón...
