No sé cómo me las arreglo, pero
últimamente no me libro de comidas “especiales” la víspera de las carreras. No
es que haga mucho por eludirlas, claro está, porque además soy débil y acabaría
cayendo en la tentación al final, así que buena gana de pasar mal rato. Además, que hay quien come para correr y quien
corre para comer. Yo soy de esos últimos. No es que corra con esa motivación
únicamente, pero no es la menor. Eso de poder darte el gustazo de comer lo que te
gusta, y en la cantidad que quieras, sin preocuparte por subir de peso es algo
que deberían probar los que hacen dietas macrobióticas. Sin ir más lejos, el sábado, me puse tibio a
tostón en Peñaranda con unos amigos. El tostón, para aquellos que no sean de
esta zona de Castilla, es el garrapo recién destetado, el lechón de no más de
21 días, que sólo se ha alimentado de leche materna. El más lustroso de la camada puede llegar a
sobrepasar los 5 kilos de peso, pero lo habitual es que tenga entre 4 y 5 kilos
en vivo. En casa, cuando yo era chaval, criamos muchos lechones que vendíamos
con destino a los restaurantes de la zona, pero si había algo que celebrar, mi
padre cogía el más gordo de todos, sencillamente porque era el mejor. Con los
tostones ocurre como con la fruta. Si es del mismo árbol, mejor cuánto más
gorda. Esta delicia culinaria es conocida en una amplia zona de Castilla, pero
sobre todo en el llamado triángulo del tostón, cuyos vértices son Arévalo,
Segovia y Peñaranda. La mayoría de la gente conoce la imagen de Cándido, el
segoviano, partiendo este manjar con un plato de porcelana, prueba determinante
de una cocción correcta…. Lo que son las cosas. En mi casa si rompías un plato,
te quedabas sin tostón…
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El aspecto inmejorable.... |
Pues bien, que tiendo a
dispersarme, con el tostón aún en el cuerpo, acudí el domingo a disputar,
(mejor dicho correr, que no estoy yo para disputas), la media maratón de
Segovia. Le debía una crónica a esta carrera. Fue la primera a la que me apunté
hace ahora tres años y a ella la debo mi afición a correr. Bueno, a ella y a
Pedrote, que me acompañó en aquella ocasión desde la salida, (y eso que salí el
último), hasta la llegada, siempre pendiente de que no me faltara agua, de
animarme, de marcarme un ritmo cómodo, de darme aliento en las subidas.
Impagable lo que hizo por mí en aquella carrera memorable. También se lo debía a
Juan Alejo, que me dio consejos durante las semanas previas para que hiciera un
entrenamiento que me permitiera terminarla, y por supuesto, a Domingo Méndez y
a Enrique Rubio que se acercaron desde Cieza hasta Segovia con el fin de
acompañarme en esa aventura. Tras muchas fatigas logré terminar en aquella
ocasión en 2 horas 8’, reventado, pero pletórico de alegría y con lágrimas en
los ojos. La recta final fue para mí un auténtico deleite. Los que nunca han empezado,
no saben el placer que da terminar.
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Con Domingo y Enrique, antes de la salida de la MM de Segovia en 2011. También están Consuelo y Pilar |
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Con Pedrote, en 2011. Le debía esta foto
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Tras la primera MM que hice en Segovia en 2011, con Juan "Alejo" |
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Han transcurrido tres años desde
aquello, he corrido ya una docena de medias maratones, e incluso una entera,
pero no había vuelto a Segovia. Se presentó la oportunidad de hacerlo este año,
ya que se animaban también muchos de los amigos del club: Zubiri, Mako,
Alvarito, Rony, José Luis, Manuel, Pifo, Luismi…en fin, que no iba solo. Nos enteramos además que este año habían
modificado el recorrido para hacerlo más suave y sobre todo más monumental. Y
eso motiva siendo Segovia una ciudad riquísima en patrimonio. La primera vez me pareció bonita, pero con el
nuevo trazado ha ganado mucho. Si no
fuera por la espectacularidad de la de Salamanca, diría que es la más bonita de
las medias urbanas que he tenido el gusto de correr. Pero no quiero ser localista, o sea que diré
que cualquiera de ellas puede encabezar esa clasificación. A favor de la de Segovia
juega la espectacular puesta en escena de la salida: los paracaidistas
aterrizando junto al acueducto; los artilleros, con traje de gala, disparando
el cañonazo que da inicio a la carrera; un grupo de militares corriendo en
formación con emblemas y estandartes, y cantando canciones de la mili, según se
comentaba, porque como objetor de conciencia histórico, no estoy muy versado en
músicas castrenses. Hay estampas en la carrera que sólo pueden calificarse de
sublimes. Correr entre los árboles junto al Eresma, viendo los chapiteles del
impresionante alcázar, es una estampa de las que no se olvidan. Me dio lugar a cantarle a Mako aquella
estrofa del Poema de Los Comuneros que dice : “Ya puede quedar Ronquillo, a la
orilla del Eresma, que Segovia no se rinde, Segovia no se doblega.” O entrar corriendo
en Segovia, con el acueducto como testigo, subiendo hacia la Casa de los Picos
por la calle de Juan Bravo, comunero que se levantó contra el absolutismo imperial
de Carlos V y al que aún se rinde homenaje. Quizá si se comprendiera la
naturaleza democrática y socializadora de la revuelta habría gobiernos que no
resistirían la tentación de llevarse por delante el nombre de la calle, la
estatua y el recuerdo de aquella revolución. A lo que estamos. Desde esta calle
se puede apreciar la silueta de la catedral, la última que se construye en
España en estilo gótico, gótico flamígero para ser más exactos, igual que la de
Salamanca. A lo largo del recorrido se pueden contemplar 21 iglesias, algunas
de hermosísima factura románica, como la de San Millán, con la galería porticada
anterior, típica de la zona. Desde luego el goce estético contribuye de algún
modo a relajar la mente y paliar el sufrimiento en las piernas de tanto subir y
tanto terreno rompepiernas.
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Antes de salir |
Técnicamente, los primeros 9 Km
son bastante rápidos, a pesar de la pronunciada cuesta de casi 2 Km al poco de
salir, ya que los 7 restantes se hacen en bajada. En este primer tramo se nos
rompió Zubiri. Llevaba unos cuantos días arrastrando molestias en la corva de
la pierna izquierda. Él que siempre va por debajo de lo que puede para
acompañar al que se lo pide, se iba parando nada más empezar a causa de los
pinchazos.
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Pero que salida más bonita |
Le aconsejamos que se retirase.
Optó por mandarnos marchar y pararse en torno al 5. Mako y yo continuamos a
nuestro ritmo, tratando de no alegrar demasiado el paso en la bajada, a
sabiendas que la carrera es larga y pasa factura en los últimos kilómetros. En
el 9 como digo, se acabaron las alegrías cuando enfilamos la cuesta de Santo
Domingo en dirección al centro de la ciudad. A partir de aquí, y durante
aproximadamente 10 km no haces más que subir, con algún descansillo de
subibajas entre medias. Cuando piensas que has llegado arriba, doblas la
esquina y…, otra cuesta más. Menos mal que iba bien alimentado del día antes,
porque se me hizo interminable este tramo del recorrido, a pesar de que había
mucha gente animándonos en la calle. Una espontánea, daba trozos de plátano a
los corredores antes de entrar en la plaza, en la que un grupo de salsa
amenizaba el ambiente y la vista. Es de
destacar también el detalle de un generoso segoviano que ofrecía a los
corredores sendos platos con jamón y chorizo, ya en el kilómetro 18. Ese fue un
buen punto de inflexión en la carrera: Faltaba poco y cuesta abajo, y ya se
sabe, que cuesta abajo el ánimo se viene arriba.
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Último kilómetro |
Al menos a mi. La meta de Segovia no tiene parangón con
ninguna otra de las que haya atravesado, y no sólo porque sea el único arco de
llegada que no se desmonta nunca, según reza la publicidad, si no por el
fantástico ambiente que se siente a ambos lados de la Avenida Fernández Ladreda,
con gran cantidad de gente que aplaude y vitorea a los corredores tras las
vallas, con el impresionante acueducto al fondo, sintiendo un nudo en la
garganta y con el gusto del jamón del segoviano altruista aún en el paladar.
Para vivirlo. Las dos veces que he llegado hasta aquí me he sentido como los
ciclistas cuando suben entre la gente en esas durísimas etapas de montaña. Vas
rendido, pero orgulloso de ti mismo y feliz de haber sido capaz de terminar. ¡Eso es Segovia!
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Llegando a meta. 100 metros sólo |
Decían los entendidos que habían
modificado el recorrido y que la carrera se había suavizado. Ni hablar. La opinión de mis piernas es que la carrera
se ha endurecido. Ya sé que se ha eliminado la larguísima cuesta arriba de 7 Km
desde la estatua de Cándido hasta Nueva Segovia, pero al menos ahí podías
regular las fuerzas. Con el nuevo trazado, no sabes lo que te queda por subir,
ni cuántas cuestas faltan para llegar arriba, no eres capaz de coger ritmo por
el callejeo, las piernas se cargan por el pavimento adoquinado y el empedrado
de cantos, y el pavés mojado te infunde cierto temor por los resbalones. Total,
que fue un precioso Vía Crucis.
Menos mal que Juan Alejo, que para algo es mi
entrenador particular y sabe lo que me conviene, nos había reservado una comida
de recuperación de las que te ponen en orden rápidamente, un menú del corredor
en Los Arrieros: Judiones de la Granja, Tostón asado (no le llegaba al de mi
pueblo, pero no estaba mal del todo), Flan, café y chupitos de orujo. Y un buen vino. Cómo entraba.
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Aunque ponga que es de 2013, le bebimos en 2014. Una Magnum, para ser más exactos. Y bien rico que estaba. |
Y eso que ya
nos habíamos empaquetado otro par de ellos antes de comer, con unos calamares
fritos y unos torreznos. Por hidratar. O
sea que este año, puede decirse que acabé la carrera llenando los depósitos con
el mismo combustible que utilicé para correrla: tostón y vino. Y es que
corriendo en Segovia y siendo de Peñaranda, no podía ser de otra manera, aunque según dice un amigo mío, Juanto, a Segovia se la conoce por el acueducto, que si fuera por el
tostón se conocería a Peñaranda. Yo también lo creo, pero a ver
si organizan una en Arévalo para completar el triángulo y probar el cochinillo arevalense.
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Me gané la medalla...y el vino. |
A todo esto, ni siquiera he comentado los fabulosos tiempos que se marcaron los compañeros. Bueno. Lo importante es que comimos bien. Lo de las marcas será para otra crónica.