Esta frase resume en sí misma un
modelo de biblioteca que agoniza, aunque sigue
teniendo vigencia todavía en los círculos bibliotecarios predigitales y entre algunos usuarios intolerantes. Este espíritu cartujo ha forjado una imagen
de la biblioteca y de los bibliotecarios que será muy difícil quitarse de
encima. Digo muy difícil, pero no imposible. Vivimos tiempos duros, tiempos
inciertos, tiempos de cambio. Las bibliotecas han de reinventarse. Unas pueden
optar por ser reductos de silencio y tranquilidad para lectores añosos y tiquismiquis
y estudiantes agobiados e intransigentes. Éstas se convertirán en anquilosados museos
para lectores fósiles y tendrán poco futuro, aunque conservarán seguramente su
orgullo de clase, y al igual que el
hidalgo del Lazarillo, irán poco a poco adelgazando hasta agotarse en sí
mismas. Otras optarán por abrirse a la
sociedad, por impregnarse de ella, por generar nuevos servicios y por solicitar
la palabra a quienes tienen muchas cosas que enseñar, mucho que compartir: las
personas. Las bibliotecas no somos nada
sin ellas y sin embargo, las hemos impuesto silencio en nuestras salas durante décadas.
Ha llegado la hora de pedirles que hablen. El tema es lo de menos. Una de nuestras
labores como bibliotecarios será convencerlos de que sus conocimientos son
interesantes para nosotros y para el resto del público, que tienen mucho que
aportar, que tienen cosas que decir y que pueden y deben compartirlas. A veces
ni siquiera sabemos que sabemos, pero cada
persona es un libro, como en la novela de Bradbury, con la salvedad de que
nuestra biblioteca humana, además de almacenar historias, contiene
informaciones variopintas relacionadas con los oficios, las aficiones, los gustos, los pensamientos, o las experiencias vitales. Sacarlas a la luz es la nueva mayéutica
bibliotecaria. La hemos experimentado y ha resultado altamente satisfactoria,
para los usuarios y para la biblioteca. Ellos
han descubierto un espacio que a partir de ahora será suyo, nosotros nuevas
formas de dar protagonismo a quienes verdaderamente han de tenerlo.
viernes, 3 de julio de 2015
miércoles, 4 de marzo de 2015
Por encima de mis posibilidades: Sevilla tuvo que ser.
Esta crónica quiere ser también un homenaje a todas aquellas personas que a base de constancia, tesón y esfuerzo son capaces de realizar cosas por encima de sus posibilidades, como por ejemplo, correr una maratón. Y no quiero señalar...
Si un adivino me vaticinase que de aquí a un par de años subiré el Everest sin oxígeno, pondría la misma cara que si hace cinco me hubiesen profetizado que lograría correr con cierta solvencia una maratón. Pues bien, hace unos días terminé con éxito la de Sevilla, mi segunda carrera en esa distancia mítica. Y lo hice con buenas sensaciones durante toda la carrera. No puedo decir que llegase fresco a la meta, pero sí que no terminé exhausto, ni vacío. De hecho, durante la tarde estuve paseando Sevilla durante otras cuatro horas, poco más o menos, las mismas que tardé en patearla por la mañana. Y eso, para mí, que tengo 52 años, 83 kilos y una trayectoria antideportiva ejemplar, es un logro personal considerable.
Si un adivino me vaticinase que de aquí a un par de años subiré el Everest sin oxígeno, pondría la misma cara que si hace cinco me hubiesen profetizado que lograría correr con cierta solvencia una maratón. Pues bien, hace unos días terminé con éxito la de Sevilla, mi segunda carrera en esa distancia mítica. Y lo hice con buenas sensaciones durante toda la carrera. No puedo decir que llegase fresco a la meta, pero sí que no terminé exhausto, ni vacío. De hecho, durante la tarde estuve paseando Sevilla durante otras cuatro horas, poco más o menos, las mismas que tardé en patearla por la mañana. Y eso, para mí, que tengo 52 años, 83 kilos y una trayectoria antideportiva ejemplar, es un logro personal considerable.
Sólo los que corremos sabemos el trabajo que cuesta este
deporte. Sólo quien se ha enfrentado a una maratón sabe lo duro que es entrenarla.
Sin duda, peor que correrla. Sobre todo si tienes que prepararla en lo más
crudo del invierno. Esos días de modorra
tras la digestión del cocido, arropado con las faldillas mientras fuera oyes
soplar el viento, o ves el agua que golpea
contra los cristales; o en los que el termómetro aconseja quedarse en el sillón
porque el hielo no ha desaparecido de los charcos en todo el día; incorporarse y ponerse las
zapatillas en momentos así para afrontar en solitario una salida de 90 minutos
antes de que se haga de noche, tiene mucho mérito.
Entrenar con agua, nieve,
granizo, barro, un frío de mil demonios y sobre todo, con aire, maldito aire,
que te va mermando las fuerzas, que te congela el sudor, que te frena, que te
arrice de frío, que te agota, es casi una heroicidad. Ha habido un día, con Edu, en el
que a falta de 3 Km para completar la tirada, ha comenzado a granizar y se ha
levantado una fuerte ventisca. El
granizo nos golpeaba la cara con fuerza, haciéndonos daño e impidiéndonos ver
por dónde pisábamos. En menos de 5 minutos, la granizada nos puso como una
sopa. Llegué a casa aterido de frío. Tengo la costumbre de
aprovechar el primer agua de la ducha, esa que sale helada, para remojar y relajar las piernas, (ya sé que Cañete en ese tiempo se da una ducha completa, pero es que yo me ducho por encima de mis posibilidades), pero en aquella ocasión
ese primer chorro de agua se me antojaba caliente: Imaginad cómo llevaba el cuerpo.
O la dureza de esas tiradas largas, en las que te das cuenta demasiado tarde
que has elegido un mal camino, de esos que con humedad te cargan las zapatillas
con más de un kilo de barro, haciéndote resbalar y poniendo a prueba tu
capacidad de aguante; o la cantidad
de veces en las que uno tiene que salir solo a entrenar, a veces a horas
intempestivas porque no se ha podido antes. En fin, que cuando te ves en
Sevilla, en la línea de salida, con otros 12.000 corredores, con la motivación
por las nubes, a pesar de las dudas y las incertidumbres que plantean 42 Km por
delante, con una temperatura de 9 grados sobre cero para comenzar y expectativas de llegar a 16, con el cielo azul y el sol de cara, piensas que seguramente, lo peor ya ha pasado.
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En la salida. |
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Por la Plaza de España |
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Los tres intrépidos antes de correr. |
En los 12 últimos kilómetros adelanté 1209 posiciones, posiblemente de gentes que se dejaron llevar por la alegría del comienzo. Fui capaz de mantener el ritmo hasta el 40, en el que Gorka me dejó prácticamente en el puente del Alamillo, para que viviese en solitario la experiencia de llegar a la meta. Su ayuda resultó esencial para mis pretensiones, porque me hizo muy llevadera la parte más crítica de la carrera, describiéndome cada monumento, cada calle, cada rincón, sin parar de darme ánimos, como buen amigo que es. Quiero mencionar también que puso el piso de sus padres a nuestra disposición, nos hizo de anfitrión y guía, y se portó como un auténtico caballero.
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No os engaño: Entré en meta rodeado de Keniatas. |
Poco antes de entrar
en el estadio, oí las voces de Carmen, mi mujer, y de Pardi y de Toñi y su
marido que me jaleaban en los últimos metros. Me pudo la emoción y arranqué a
llorar. Ya no pararía hasta cruzar la meta. De llorar, digo. Y de correr tampoco, que al fin y al cabo ya no quedaba nada. Entrar en el
estadio a través de un túnel es una experiencia inigualable, como lo es pisar
el tartán de la pista y recorrer por ella los últimos 300 metros. La sensación es de las que no se olvidan. Una
mezcla de cansancio, satisfacción, orgullo, euforia, emoción, recuerdos,
alegría y dolor de piernas. Eso sí es
disfrutar. Según atravesábamos el arco de meta, los voluntarios nos colocaban
una capa de plástico amarillo, con la que recibíamos nuestra merecida medalla de
finalizadores. Como en una irreal escena de "Un mundo feliz" de Huxley, el túnel hacia el guardarropa parecía un ejército de amarillentos "epsilones", que caminaban con las piernas abiertas, a paso de procesión y
balanceando ridículamente los cuerpos en busca del “soma” que se nos ofrecía en
diferentes puntos (frutas, bebidas, algún alimento). Era todo un espectáculo, que no me paré a
contemplar mucho tiempo puesto que sólo quería quitarme la camiseta sudada y
encontrarme con Carmen y con los compañeros. Supe que Manuel había terminado en
2 horas 58’ y que Rony se había convertido por mor del tiempo marcado en el
número pi del maratón, que es como la cuadratura del círculo: 3.14'16", yo paré el cronometro en 4.07’58”. Como no me gusta correr por encima de mis posibilidades, dejaré para otra
ocasión lo de batir a Gebrselassie, de momento, tengo suficiente premio con
acabar la prueba.

Quiero dar las gracias a todos los que me han ayudado en esta aventura, en especial a mi mujer, que es la que más ha aguantado mis ausencias y mis molestias físicas, pero que me ha dado ánimos para continuar en la batalla, a mis compañeros del Club, por no dejarme solo en las tiradas largas, a Cristina, por darme pautas para que mis molestias en el metatarso no fueran a más, a Gorka, escudero imprescindible en lo más arduo del camino, anfitrión desinteresado y acogedor cicerone, a Pardi, fiel animador y animado acompañante, a Juan Alejo, sabio consejero , a Carmen, Vanessa y Susana por emocionarse con nuestras emociones, sufrir nuestros sufrimientos y alegrarse con nuestras alegrías. También a la pequeña Daniela por lo que aguantó sin quejarse durante los dos días. Lo que no sé es qué pinta el impresentable de Cañete en esta crónica, si un hombre tan frugal y austero nunca habrá hecho nada por encima de sus posibilidades...

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Selfie del recién llegado a meta |
Quiero dar las gracias a todos los que me han ayudado en esta aventura, en especial a mi mujer, que es la que más ha aguantado mis ausencias y mis molestias físicas, pero que me ha dado ánimos para continuar en la batalla, a mis compañeros del Club, por no dejarme solo en las tiradas largas, a Cristina, por darme pautas para que mis molestias en el metatarso no fueran a más, a Gorka, escudero imprescindible en lo más arduo del camino, anfitrión desinteresado y acogedor cicerone, a Pardi, fiel animador y animado acompañante, a Juan Alejo, sabio consejero , a Carmen, Vanessa y Susana por emocionarse con nuestras emociones, sufrir nuestros sufrimientos y alegrarse con nuestras alegrías. También a la pequeña Daniela por lo que aguantó sin quejarse durante los dos días. Lo que no sé es qué pinta el impresentable de Cañete en esta crónica, si un hombre tan frugal y austero nunca habrá hecho nada por encima de sus posibilidades...
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